Diputado Carlos Varela: “Es imprescindible mantener vivas las lecciones del pasado, sobre todo cuando hay una corriente que quiere negar la realidad de lo ocurrido”

04/Feb/2015

Parlamento Nacional

Diputado Carlos Varela: “Es imprescindible mantener vivas las lecciones del pasado, sobre todo cuando hay una corriente que quiere negar la realidad de lo ocurrido”

SEÑOR PRESIDENTE.- Tiene
la palabra el señor legislador Varela.
SEÑOR VARELA.- Señor
Presidente: comienzo por saludar a todas y a todos quienes nos acompañan en una
jornada tan particular como la que estamos viviendo hoy en esta Comisión
Permanente, y agradezco a mis compañeras y compañeros del Frente Amplio que me
permitan hacer uso de la palabra en nombre de la bancada.
A veces la vida encaja piezas, como en un puzle perfecto,
para generar determinadas circunstancias y hacer que sucedan ciertas cosas.
Podría haber hecho uso de la palabra sobre este tema en cualquier momento, en
cualquier año, en cualquier sesión, pero lo hago hoy, con el sentimiento
todavía a flor de piel después de haber visitado, hace muy pocas semanas, el
Museo del Holocausto en Tel Aviv. Es una experiencia extraordinaria, que quiero
compartir con ustedes y que hace al tema que estamos tratando.
Los museos contienen obras de arte, objetos de la
historia de la humanidad, documentos, pero este tiene vida, tiene sentimiento,
tiene espíritu. Es una experiencia irremplazable que nos marca para el resto de
nuestras vidas una vez que culminamos el recorrido entre sus paredes. Es una
obra arquitectónica que, en su concepción y por la forma en que está diseñada,
contiene en sí misma ese espíritu que quiere recordarnos permanentemente la
tragedia humana que hoy estamos conmemorando.
Quiero contarles algo personal, por supuesto, pero que
creo tiene que ver con lo que hoy queremos transmitir. Al entrar, cuando uno se
sumerge –físicamente eso es lo que sucede– en las sombras, se puede ver una
pared sobre la que se proyectan imágenes
de judíos en su vida normal antes de la tragedia, y escenas de películas –muy
viejas– de la época. También hay una imagen con la que me encontré apenas entré
al museo: una niña que está allí, mirándonos. Los ojos de esa niña –que, en su
inocencia, nos miraba– posiblemente no se borren jamás de mi memoria. Uno
imaginaba y pensaba cuál habrá sido su destino. Seguramente su mundo se
derrumbó; seguramente su vida culminó; seguramente fue uno de los seis millones
de judíos y judías que fueron masacrados por los nazis. Y así comienza el
recorrido, un recorrido que nos van llevando en forma cronológica por la
tragedia que vivió el pueblo judío a partir de la locura que se desató en
Europa a mediados del siglo pasado.
Quiero refrescar en mi memoria dos lugares específicos de
ese museo que me conmovieron particularmente: la Sala de los Nombres, dedicada
a todas las víctimas judías del Holocausto. Es un salón de forma circular que
se encuentra al final del recorrido del museo. Los nombres de las víctimas
están recopilados a través de páginas de testimonios que contienen breves
biografías de los millones de muertos de la barbarie nazi, no de todos, sino de
los que se pudieron ir recuperando, en un trabajo interminable de investigación
en la búsqueda de darle forma, rostro, nombre e historia a cada uno de aquellos
que se pretendió hacer desaparecer definitivamente de la faz de la Tierra. Esto
es fruto de un proyecto especial denominado «Para cada ser humano, un nombre».
En la actualidad ya existen dos millones de esas hojas que están en un depósito
circular que rodea la sala mencionada. Esta sala tiene un techo de forma cónica
–de diez metros de altura– y contiene 600 fotos de rostros de víctimas de todas
las edades y orígenes, que a la vez se
reflejan en el agua de la base de un cono opuesto excavado en la piedra de la
montaña donde está construido el monumento. El observar cada una de esas fotos,
el tratar de imaginar sus historias, su experiencia vital, qué soñaban, qué
querían ser, qué no pudieron ser, es realmente una experiencia humana
extraordinaria.
Hay otro lugar que también quiero mencionar porque es
especialmente conmovedor: el Monumento Conmemorativo de los Niños. Un millón y
medio de niños judíos fueron masacrados por los nazis. Al ingresar al lugar,
que está excavado en una caverna subterránea, se accede a un sitio
absolutamente a oscuras, con centenares de velas encendidas que, a la vez, se
reflejan en miles de espejos rotos. La sensación casi irreal de agobio se
acentúa con la mención permanente de los nombres de los niños, niñas y
adolescentes asesinados, sus edades y sus países de origen. Si el asesinato
masivo de millones de hombres y mujeres
es un delito atroz y una mancha eterna sobre la especie humana, el imaginar la
masacre de niños, niñas y adolescentes nos deja sin palabras para poder
expresar los sentimientos que se agolpan en la mente ante tamaña barbarie. El
nombre, la historia de cada uno de los asesinados, tiene un sentido:
rescatarlos del anonimato es derrotar el proyecto nazi de borrarlos de la faz
de la Tierra. Cada vez que se logra encontrar los datos de una de las víctimas
del genocidio, la vida triunfa sobre la muerte.
La experiencia que viví –tal vez la más emotiva de todas
las que vivimos en nuestra corta pero intensa visita a Israel– no ha hecho más
que reafirmar el compromiso, no solo de no olvidar jamás lo que sucedió, sino
de asegurar las condiciones para que nunca más existan posibilidades de que
vuelva a suceder.
El mundo, luego de la Segunda Guerra Mundial, no ha sido
un mundo de paz. No se aprendió la lección. Hemos asistido a innumerables
hechos terribles que demuestran esto que acabo de afirmar. En África, en Asia,
en nuestra América Latina, y en la propia Europa a fines del siglo pasado, se
volvieron a vivir escenas de masacres políticas, religiosas y raciales que
nadie en su sano juicio podía imaginar que volverían a ocurrir. Hoy retoman
impulso los sectores neonazis, otra vez en el marco de una profunda crisis
social y económica en Europa. Los discursos discriminatorios y xenófobos están
a la orden del día. Una vez más se busca en el otro, en el diferente, la
responsabilidad de los problemas que aquejan a las sociedades desarrolladas.
La situación de Medio
Oriente en la actualidad –el surgimiento, fruto de la implosión de Estados
nacionales, de movimientos fundamentalistas que defienden sus causas buscando
el exterminio de quien piense diferente– necesariamente nos pone en alerta y,
por sobre todo, nos advierte que el problema no es de otros –como sucedió con
algunos en los años treinta o cuarenta del siglo XX–, sino de todos nosotros.
El pueblo judío ha sido especialmente firme en la
búsqueda de que la memoria de lo sucedido perdure; ese ejercicio empedernido de
la memoria es admirable, sobre todo cuando se ha acompañado de la búsqueda,
también incansable, de los culpables de lo acontecido. No los movió la venganza
–que, dadas las circunstancias, hubiese sido justificable–, sino la búsqueda de
la justicia, que a la vez es una forma ejemplarizante de decir al mundo que el
peligro sigue latente. Nuestra época nos muestra nuevamente claros signos de
intolerancia religiosa, racial y política. Como dije antes: vemos Estados
nacionales que se desploman, fruto –entre otros motivos– de desastrosas
estrategias de las potencias dominantes, creando a la vez consecuencias y
condiciones realmente extremas para la población.
Es imprescindible mantener vivas las lecciones del
pasado, sobre todo cuando hay una corriente que quiere negar la realidad de lo
ocurrido. Es imperioso entonces educar, informar y documentar lo sucedido, pero
sobre todo es fundamental comprometerse a que, suceda donde suceda, cuando el
hombre se vuelve el lobo del hombre, no debemos mantenernos al margen, sino
meternos hasta donde duela para defender la libertad, el derecho a existir y a
profesar la fe y las ideas que se quiera, defendiendo la vida por sobre todas
las cosas. Nuestra responsabilidad es estar muy atentos a los signos para
evitar que el pasado reviva.
Recordando un fragmento de un poema de Bertolt Brecht
referido a la muerte de Hitler, decimos hoy: «Al fin ha muerto el bastardo pero
no os alegréis con su derrota porque la perra que lo parió nuevamente está en
celo».
Señor Presidente: esta sesión tiene para nosotros el
sentido de no olvidar. Año a año revivimos el horror para que este nunca pueda
volver a manifestarse. Y si así ocurriese, que nunca más haya indiferentes,
cobardes o cómplices de la barbarie. Seguramente hablar sobre esto en una
sesión del Parlamento no sea un aporte demasiado importante para el tamaño de
la tragedia del Holocausto, pero en lo personal siento que es una oportunidad
de empezar a cumplir con un compromiso que sentí cuando miré los ojos de la
niña que, desde la pantalla, nos miraba sin imaginar siquiera lo que en pocos
años le iba a suceder a su mundo.
Por todos los muertos del genocidio, por todas las
víctimas inocentes de la barbarie y la intolerancia, hoy expresamos el
compromiso del nunca más; donde sea y
cuando sea, ¡nunca más!
Muchas gracias, señor Presidente.